lunes, 5 de junio de 2017

El Equipo de profesionales de la Asociación, invita a hombres y mujeres poder "mirar" desde otro punto de vista una película que nos permitirá reflexionar.
Los y las esperamos el próximo 23 de junio a las 18,30 hs. Disfrutaremos la película y compartiremos un debate al final de la misma !!!

Ps.D. Analía Riverón

jueves, 1 de junio de 2017

Morir de éxito?

Cuatro apuntes sobre los desafíos de los estudios  sobre masculinidades ante el patriarcado contemporáneo .

Matías de Stéfano Barbero (*) 
CONICET - Universidad de Buenos Aires


Un vistazo rápido por medios audiovisuales, diarios, revistas, publicaciones de ficción y científicas constata que las masculinidades están de moda. Aunque esta afirmación podría resultar paradójica porque, históricamente, las publicaciones que tienen como centro a los hombres son exageradamente mayoritarias. Como menciona Kimmel (1992), todo aquello que no explicite en su título la palabra mujeres, habla en realidad de hombres. Sin embargo, no lo hacen, como diría Lagarde (1996), en tanto “sujetos genéricos”, esto es, evitando concepciones naturalizadas, esencialistas, homogeneizadoras, individualistas y acríticas de lo que “es” un hombre y atendiendo a los procesos por los que -parafraseando a Simone de Beauvoir- se “llega a ser” hombre.
Los estudios sobre masculinidades iniciaron su andadura en los países anglosajones, en los años ochenta del siglo XX, al abrigo de la tercera ola feminista. Desde entonces mucho se ha debatido y reflexionado y, si bien podemos considerar a los estudios sobre masculinidades mayores de edad, se encuentran aún en proceso de maduración. Involucrando a una multiplicidad de agentes (que incluyen movimientos y estudios feministas y sociales, medios de comunicación, Estados e instituciones, entre otros), este proceso se encuentra en un contexto local, regional y global donde la crítica de los estudios de género y el feminismo -desde donde considero que deberían partir los estudios de masculinidades- han trascendido las fronteras de la militancia y la academia con un riesgoso éxito. El riesgo radica en que a mayor éxito, mayor es la exposición al carácter reactivo del patriarcado, que muestra su resistencia al cambio renovando constantemente sus trampas, revitalizando su particular “sentido común” e instrumentalizando y vaciando de contenido nuestras herramientas conceptuales en un afán de erosionar el filo crítico de nuestras reflexiones. Por supuesto que los estudios sobre masculinidades no escapan a este desafío y corremos el riesgo de reproducir sesgos epistemológicos y analíticos que podrían hacerle el juego al patriarcado. Desde esta base sugiero cuatro apuntes a tener en cuenta para que los estudios de masculinidades no mueran de éxito a manos del patriarcado contemporáneo: la reducción, la esencialización y homogeneizacón, la individualización y la no problematización.

1. La reducción mercantilista de las masculinidades se evidencia en que, de un tiempo a esta parte, se han instalado en el centro de la escena lo que ha devenido en llamarse nuevas masculinidades. Más que una herramienta crítica de análisis este parece ser un concepto meramente descriptivo impulsado en parte por los medios de comunicación -aunque veremos que no exclusivamente-, que crean una suerte de ilusión de cambio cultural, anclándose en lo meramente estético: los nuevos hombres están más pendientes del espejo[1] y resignifican la potencia y el cuidado[2]. Luciano Fabbri, quien también escribe en este número de Andariegas, ha reflexionado al respecto, a propósito de las nuevas masculinidades futbolísticas: “estos nuevos modelos son funcionales al capitalismo, implican nuevos nichos de consumo”[3]. Como señala Leston (cit. Whelehan, 1995) pareciera que “el nuevo hombre existe fehacientemente en los portafolios de los creativos de las compañías de publicidad y que es otra forma de reafirmar el poder de los hombres”. Si bien la hegemonía no supone un control total, y puede ser fracturada, no encontraremos precisamente cuestionamientos en el mercado, sino la evidencia de cómo la hegemonía despliega procesos de hibridación que llevan a la masculinidad hegemónica a incorporar elementos de otras masculinidades históricamente subordinadas. Ejemplo de ello es cómo “la masculinidad hegemónica occidental ha incorporado elementos de las masculinidades gay” (Demetriou, cit. Connell, 2005), que han sido previamente visibilizadas, integradas y filtradas por el capitalismo como un nuevo grupo de consumo. Por otra parte, suele representarse a la nueva masculinidad con unos modelos de hombres y no con otros. Entonces, ¿desde dónde y cómo habitan el género las nuevas masculinidades, si son producto del mercado, blancas, de clase media y eminentemente heterosexuales? Esta perspectiva mercantilista de la masculinidad, cómplice con el capitalismo -pero también con el heterosexismo, el racismo y el clasismo- no pareciera constituirse como una herramienta útil para pensar críticamente las masculinidades, sino más bien como una estrategia de expansión de los límites del mercado, en una desactivación del potencial crítico para favorecer la (re)producción de masculinidades que seguirán sin contribuir al cambio político y social en las relaciones de género.

2. La esencialización y homogeneización de las masculinidades parten de la extendida confusión de sexo biológico con género. Sobre todo basándose en datos estadísticos, los estudios que diferencian por sexo los fenómenos sociales, han sido -en ocasiones- los disparadores de la aplicación de la perspectiva de género en lo relativo a los hombres (Nuñez, 2009). Sin embargo, las estadísticas -por ejemplo sobre suicidio, accidentes de tráfico, consumo de drogas, actos delictivos, etc.- no pueden ofrecernos información sobre los discursos y prácticas que nos ayuden a comprender a los hombres como sujetos genéricos. Esto es, basar estudios en datos estadísticos de quienes cumplimentaron el casillero de “sexo” definiéndose como hombres no sólo no implica estudiar con una perspectiva de género los procesos por los cuales las masculinidades configuran las prácticas de los hombres, sino que contribuye al imaginario erróneo de que existe efectivamente un colectivo homogéneo al que podemos etiquetar sin más como “hombres”. Introducir variables tales como clase, etnia, nivel educativo, edad, etc., no necesariamente evita la homogeneización, ya que no implica, per se, la utilización de una perspectiva interseccional que dé cuenta de cómo operan las masculinidades en conjunción con otras formas de opresión. Es frecuente encontrarnos titulares que reparan en que son los muchachos jóvenes de barrios periféricos y con escasa educación formal los que caen en la delincuencia y el consumo de drogas. Si en el primer supuesto corremos el riesgo de homogeneizar a “los hombres”, ahora corremos el riesgo de esencializar a los “hombres jóvenes pobres”. Lejos de ayudarnos a comprender cómo la subjetividad masculina interactúa según clases sociales, edad o educación, ayudan a instalar un imaginario relativo a la masculinidad adolescente de clase baja, donde pueden caber desde explicaciones biologicistas -hormonales- sobre la adolescencia, hasta racistas, culturalistas o clasistas (Núñez, ibíd.). Siguiendo a Connell (1995:61), “no debe ser suficiente con reconocer que la masculinidad es diversa, sino que también debemos reconocer las relaciones entre las diferentes formas de masculinidad: relaciones de alianza, dominio y subordinación. Estas relaciones se construyen a través de prácticas que excluyen e incluyen, que intimidan, explotan, etc. Así que existe una política de género de la masculinidad”, lo que nos llevará al siguiente punto.

3. La individualización es un riesgo que se corre incluso desde las ciencias sociales cuando se hace referencia a las nuevas masculinidades para referirse a aquellas encarnadas por hombres que “comparten” las tareas domésticas con sus parejas, muestran una “mayor dedicación” al ejercicio de su paternidad o una “mayor consideración” como amantes que los distancia de otras formas de masculinidad tradicional (Kimmel, ibíd.). Estas características parecieran inaugurar una era de apertura y pluralidad al modelo férreo de masculinidad hegemónica; una era donde, según Boscán (2008:106) “cada uno tiene la libertad de decidir la clase de masculinidad con la que más cómodo se sienta”. Como señala Kimmel, esta suerte de “psicología pop” de introspección masculina debería cuando menos despertarnos alguna suspicacia. Si el estudio de las masculinidades adquiere su coherencia como objeto científico en el ámbito más amplio de las relaciones de género, debemos tener en cuenta que detrás de estas concepciones puede albergarse una perspectiva individualista y reduccionista del género que, en cierta manera, atribuye principalmente a la voluntad individual las rupturas y continuidades con los modelos hegemónicos de masculinidad. Aún si diéramos por válida esta posición, cabría preguntarse ¿en qué medida estas prácticas erosionan la perpetuación de la subordinación de las mujeres -u otras masculinidades-, o el privilegio de los hombres? Una reflexión crítica individualizada sobre nuestra masculinidad no implica necesariamente una conciencia feminista y, por tanto, un compromiso con sus luchas. La masculinidad hegemónica puede definirse como la “configuración de la práctica de género que incorpora la respuesta aceptada, en un momento específico, al problema de la legitimidad del patriarcado, lo que garantiza (o se considera que garantiza) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres” (Connell, ibíd.:117). Por ello, existe la posibilidad de que, sin atender a las relaciones de género, por ejemplo, al interior de un núcleo familiar, el mero hecho de “compartir” las tareas domésticas o asumir una “mayor dedicación” a la paternidad, sean actitudes para justificar el reclamo de autoridad de los hombres sobre las mujeres: un hombre que además de “sus tareas”, cumple con las que “no le son propias”, tiene mayores posibilidades de éxito en el reclamo de autoridad. Por otra parte, el sistema sexo-género, al tratarse de un sistema relacional, hace que los hombres, por más que “decidamos” no ejercer los privilegios que se nos adscriben por el mero hecho de serlo, estemos inscritos en estructuras que nos privilegian, aún contra nuestra voluntad. En esta línea, Segal (1991), afirma que el cambio no está tan relacionado con lo psicológico como con lo cultural y lo estructural, y que, por tanto, conseguirlo será mucho más complicado que simplemente “elegir” una masculinidad diferente de la hegemónica, justamente porque eso que podría parecernos una cuestión personal, es en realidad -parafraseando la máxima feminista- una cuestión política, ya que implica una amenaza profunda al patriarcado.

4. La no problematización del concepto “hombre” invisibiliza las disputas, incoherencias y contestaciones que las identidades lesbianas, queer y trans realizan de lo que la subjetivación de la masculinidad implica (Nuñez, 2009). Si adoptamos, un punto de vista dinámico y diacrónico, entenderemos la masculinidad -y la feminidad- como “proyectos de género” (Connell, 1995), siempre endebles, flexibles, cambiantes. La problematización del concepto “hombre” supone un reto epistemológico -e incluso metodológico- para quienes investigamos masculinidades, pero también supone un reto político. El mantenimiento de la hegemonía, en cualquiera de sus formas, necesita de esfuerzos constantes de invisibilización de las alternativas, de castración de la reflexividad y de ocultamiento de las grietas. Desde la perspectiva de una investigación aplicada e implicada, algo que puede parecer inútil, como preguntar a nuestros investigados si “son” hombres, “qué tipo” de hombres son y “por qué”, puede -además de generarnos algún momento intenso durante la entrevista- favorecer su cuestionamiento sobre una condición que suele ser tenida por estática, aproblemática e incuestionable, ayudando a desactivar la más efectiva de las trampas tendidas a los hombres por el patriarcado contemporáneo: que “eso del género es cosa de mujeres”.

Bibliografía
Boscán, A. (2008) “Las nuevas masculinidades positivas”, en Utopía y Praxis Latinoamericana, Año 13, Nro. 41, pp. 93-106.
Connell, R.W. (1995) Masculinidades. México: PUEG.
Connell, R.W.; Messerschmidt, J.W. (2005) “Hegemonic masculinity: Rethinking the concept”, en Gender and Society, 19, 829.
Kimmel, M. (1992) “La producción teórica sobre masculinidades: nuevos aportes”, en Fin de siglo. Género y cambio civilizatorio, pp. 129-138. Santiago de Chile: Isis internacional.
Lagarde, M. (1996) Género y feminismo: desarrollo humano y democracia. Barcelona: Horas y horas.
Nuñez Noriega, G. (2009) “Los ´hombres´ en los estudios de género de los ´hombres´: un reto desde los estudios queer”, en Ramírez, J.C. y Uribe, G. Masculinidades. El juego de los hombres en el que participan las mujeres, pp. 43-57. Madrid: Plaza y Valdés.
Segal, L. (1991) Slow motion: changing masculinities, changing men. New Brunswick: Rutgers University Press.
Whelehan, I. (1995) Modern feminist thought: From the second wave to “post-feminism”. Edimbourgh University Press. Traducción de José María Espada Calpe, 1998.





(*) Matías de Stéfano Barbero
Ha cursado sus estudios de Grado en Antropología en la Universidad Complutense de Madrid y la Maestría de Antropología de Orientación Pública en la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente (2015) es becario doctoral del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CONICET) y Doctorando en Antropología en la Universidad de Buenos Aires. Su tesis doctoral aborda las intersecciones entre violencia(s) y género en los Grupos Terapéuticos de Hombres Violentos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Co-cordinador de los "Grupos de hombres que ejercen violencia a sus parejas"